Yo no creo en el amor. El amor romántico es un engaño. Desde
pequeños nos enseñan cómo y cuando amar, cuidar y querer y si aprendemos a
hacerlo es tarde y mal. He creído durante años que el amor de mi vida me
recogería en la puerta de mi casa y el paseo terminaría en el altar, con el
perro y el piso esperando impacientes. Me he imaginado miles de veces bebiendo
champán con un galán de mirada brillante, y lo único que ha brillado en mis
experiencias amorosas ha sido algún par de lágrimas que se me escaparon. Creo
que voy a empezar a creer en un amor paralelo, un amor propio de los de sal y
limón. Ese que se nota los domingos despeinados y sin pintar y que te cala
hasta los huesos. El que se bebe con cervezas baratas (que ya que estoy
confesándome el champán no me gusta). Amor sin sexo, y no sexo sin amor. Amor
de aquella amistad que parece que se iba para siempre pero un miércoles por la
mañana vuelve para ser como siempre y como nunca. Amor que te sorprende pero
que es siempre igual. El de no me quieras los lunes ni los sábados por la noche
que no me dejas respirar y no me dejes nunca. Sin sentido y sin vergüenza. Dejarme de teorías y ser más práctica que
nunca. Quererse y querer.
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